Todos los sábados, la gente se reúne en la plaza central, y exhorta al gobierno a cambiar. Al principio era un desahogo a años de una esclavitud sublime, hacia el poder político. La gente gritaba y hacía pancartas exigiendo la renuncia de su personaje menos favorito. Parecía cómo cuando hay un evento de lucha libre, y todos le van a favor o en contra de alguno de los luchadores. Pero con el tiempo, ha ido cambiando todo. Los berrinches se convirtieron en música, los clamores populares en poesía y discurso. La gente ya no va para refundir su odio, sino que va para reclamar su respeto. Y es que eso es lo que más hemos ganado de los últimos meses en Guatemala; empezamos a respetarnos a nosotros mismos. Dejamos de ser votos, números y estadísticas y nos convertimos en personas que aportan y merecen ser reconocidos.
Pero hay que estar claros, todos tenemos miedo. Y eso ha tenido también un efecto negativo. La gente no quiere invertir hasta que no se vea nada claro. La gente busca seguridad, y otros se aprovechan de eso para ofrecerla a cambio de votos. Pero el miedo es parte natural del cambio; nos alerta a cuidarnos para salir adelante. Y aún con miedo, hay que seguir adelante.
Este año, las elecciones serán el gran escenario, donde veremos que tanto de veras ha crecido esta revolución silenciosa. Será la oportunidad de mostrarnos frente al mundo como una comunidad que ha ganado una auto conciencia como nación. Será la oportunidad de mostrarnos a nosotros mismo que ya no queremos lo mismo una y otra vez. Será una oportunidad para que nuestros gobernantes vean lo que exigimos de ellos. Pero más que nada, será una oportunidad para llevar a nuestro país un paso adelante hacia alcanzar nuestro máximo potencial.
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