Decían nuestros antepasados que había unas mujeres que a las once de la noche se daban tres volantines para atrás y luego tres para adelante; que esta mujeres tenían un guacal blanco y que a la última voltereta vomitaban el alma en el guacal. Ya sin alma, tomaban figura de monos o micos y se dedicaban a hacer diabluras.
Y así, estas brujas, acompañadas de la oscuridad de la noche, se trepaban a los árboles y tiraban frutas a la gente. Se subían a los techos de las casas, saltando de un lugar a otro y arrojando pedradas contra las piedras de la calle. Muchas personas han tratado de agarrar y matar a la mona o al mico, pero de nada les sirve, pues cuando ya están cerca y creen tenerlo acorralado se les esfuma como por encanto.
También contaban nuestros antepasados que estas mujeres podían convertirse en chanchas grandes, negras y llenas de lodo.
Apenas veían a la persona señalada, aligeraban su trote y comenzaban a gruñir. Embestían furiosamente a la persona y le daban trompadas y mordiscos en las piernas hasta derribarla y hacerle perder el conocimiento. Al día siguiente, la víctima amanecía molida y mordida, y con los bolsillos vacíos.
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